sábado, 5 de marzo de 2011

EL CONOCIMIENTO DE DIOS -II-


EL CONOCIMIENTO DE DIOS –II-

©GIUSEPPE ISGRÓ C.


Escudero era un fervoroso de Dios. Practicaba el constante recuerdo del nombre de Dios, diariamente. Lo repetía mil veces en la mañana y otras tantas en la noche; durante el día, también mantenía centrada la atención en el Creador. Su tenaz y férrea disciplina sufí se había consolidado con muchos años de asidua práctica.
Cuando las circunstancias se ponían poco fáciles, comenzaba, mentalmente, a repetir el nombre de la Divinidad, y las cosas parecían ordenarse adecuadamente, como por arte de magia. Por supuesto, el proceder de Escudero siempre era justo y perfecto, y su acción constante la realizaba con expectativas positivas. Jamás se rendía frente a ningún obstáculo. Estaba convencido de que, cada uno, siempre tenía su propia salida.
Escudero confiaba en esto y había hecho del Dzikr  su práctica de espiritualidad habitual; era, ya, parte de él, como una segunda naturaleza.  Además, lo hacía sin esfuerzo alguno, encontrando inmenso placer, y paz, en ello.
Este tipo de Espiritualidad, le mantenía, a Escudero, la mente lúcida y en perfecta armonía. También, le había permitido adquirir un excelente control de su mente, de su pensamiento, de sus sentimientos, de sus palabras y de sus actos. Dominaba, en buen grado, la ley del karma y la del vipaka, es decir, las que rigen la acción y la reacción.
Inmerso en la conciencia de Dios, había alcanzado lo que se denomina conciencia cósmica, es decir, un estado intuitivo de la mente que le permite conocer las cosas sin saber como ni porque sabe. Esta condición, al mismo tiempo, le permite ser un canal fértil de la inspiración, es decir, recibir comunicaciones de contenidos mentales desde fuentes cósmicas, de la dimensión espiritual, de entes encarnados, en proyección astral o de entes en estado de libertad de los lazos de la materia. Empero, la inspiración en la conciencia de los sentimientos análogos a los valores universales, es, también, una de las funciones inherentes al Creador Universal, en su carácter de Gran Pedagogo.
Escudero estaba observando, ahora, como se iba depurando el velo que separaba su percepción objetiva, en la dimensión física, de la subjetiva, de la dimensión espiritual. Les resultaban visibles cosas que antes únicamente intuía.
El noble Escudero siempre había regido su conducta por los parámetros de los valores universales, y eso había convertido su vida en un manantial de bienestar y felicidad. Asumía las adversidades existenciales con absoluta entereza y ánimo contento como si fueran bendiciones de Dios, derivando de ellas importantes enseñanzas.
Bajo la égida de los valores universales había hecho realidad, en su propio nivel evolutivo, aquel mandato de los hijos de la luz, de la práctica de todas las virtudes, comenzando por ser una persona libre, -libre de los efectos de los valores en polaridad negativa, o antivalores-. Regía su vida por las más depuradas costumbres y austeras disciplinas de vida y espiritualidad directa centrada en el Creador Universal, sin intermediarios.
Más de una vez, Escudero le había referido a Hidalgo que había logrado esto con asiduo esfuerzo y sometiendo sus pasiones al crisol depurativo del constante recuerdo de Dios, o Dzikr. Mediante esta alquimia sufí, la persona va transmutando su estado de conciencia, así como sus pensamientos y sentimientos, de un determinado estado de conciencia a otro más elevado.
Hidalgo, asombrado, le escuchaba referir lo que parecían sus propias experiencias de los últimos dos años. Denotaba, Escudero, un estado de percepción interior de niveles elevados y sorprendentemente lúcidos. Cómo lo había logrado? Quién le había transmitido a quién, por vía telepática, los contenidos mentales que parecían compartir? Se asemejaba, esto, a lo que Napoleón Hill denominaba “grupo mente maestra”. En efectos, Hidalgo y Escudero tenían alrededor de tres años que se reunían, regularmente, dos o tres veces por semana, conversando sobre los temas de común interés. Esa fue una etapa inolvidable en la vida de ambos, en aquella tierra lucentina, en aquel ambiente dinamizado por la enorme pirámide que en el techo de la Estación de autobuses, quien sabe por idea de quién, se encontraba. En aquel lugar, muchos le manifestaron a Hidalgo que sentían la presencia de Dios, tal era la paz y la elevación espiritual que se respiraba. E Hidalgo se preguntaba como Escudero había llegado a aquellas conclusiones tan lúcidas sobre Dios, que ambos compartían con análoga percepción.
Hidalgo le hacía énfasis, a Escudero, en que debía complementar esa práctica de espiritualidad directa, centrada en el Creador Universal, sin intermediarios, además del amor a sí mismo y al que demostraba tener a Dios, con el amor al prójimo.
Cuando Hidalgo percibió que Escudero había entendido por el prójimo a los seres humanos, a algunos seres humanos, le enfatizó que no era únicamente a algunos seres humanos. Era a todos los  seres humanos, en todas las condiciones sociales y en todos los grupos étnicos: blancos y negros y de cualquier otra combinación de color. Pero, además, debía extender, en mayor grado aún, el amor a todos los seres de los otros tres reinos naturales: el animal, el vegetal y el mineral. Allí también se encontraba la presencia y la expresión de Dios.
Hidalgo le contó a Escudero el cuento que había oído de niño, en el cual un hombre clamaba a la Diosa Fortuna para que se le presentase y le proveyese de cuantioso bienes y tesoros. Cierto día, en la plaza del pueblo de Condró, en la cercanía de Milazzo, en Sicilia, se topó con una anciana que le causó una sensación poco agradable y a algún requerimiento de ella, le trató con indiferencia y descortesía. Trató de alejarse de ella, con rápido paso.
Ella le interpela, diciéndole: -“Por qué te alejas, hombre, si te la pasa llamándome. Aquí estoy para cumplir todos tus deseos”.
Y, aquel hombre, indignado, le insta a que se retire, diciéndole que él no le conocía y que jamás le había visto.
La noble anciana le dijo: -“No te preocupes hombre; ya me voy. Pero no sigas llamándome, que yo suelo atender el requerimiento de todo ser que a mí acude”-.
El hombre insiste: -“Vete mujer, vete, que a ti no te conozco ni quiero conocerte”-. En un ademán despectivo, se da media vuelta y emprende la retirada.
Al rato se voltea para ver si la anciana se había ido, y en su lugar ve a una hermosa y radiante mujer, vestida de riquísimo atuendo. Al instante el hombre se le acerca y le dice: -“Gracias por escuchar mi llamado, oh Diosa Fortuna.
Entonces, la Diosa Fortuna, le dice: -Cómo, ahora me buscas, cuando haces apenas unos instantes me aborreciste?
-No, Diosa, no he sido yo, es la primera vez que te veo, -le responde el hombre-.
Oh, ser ingrato, -le dice la Diosa-, yo tengo múltiples caras, tantas como seres existen en el inmenso universo, y me presento a cada persona con el ropaje y las circunstancias que contienen los tesoros que él, o ella, me solicita. Pero, tú, al igual que muchos de los de tu especie humana, me has rechazado guiándote por las apariencias. Dejaste de ver la hermosura de mí Espíritu y los dones que te traía, sin ser capaz de ver más allá de mi ropaje exterior. Éste, hermoso o no, nada significa, más allá de la riqueza espiritual del ser.
-Ahora, -continúa la Diosa-, tendrás que seguir clamando hasta que hagas méritos, y yo vuelva a visitarte, con la indumentaria que corresponda a los nuevos dones que me pedirás. Envolveré estos tesoros bajo apariencias adversas para estimular tu capacidad de percepción hasta que seas capaz de ver que las preciadas riquezas que tu anhelas, vienen encerradas dentro de las situaciones por resolver que todos creen que a otros tocan, sacándole el cuerpo. Pocos se dan cuenta de que ellos, al percatarse de que alguien debe resolverlas, ese alguien, generalmente, es la misma persona que lo percibe. Si asume el reto, una vez culminada la meta, encontrará la riqueza equivalente que la situación, en sí, encerraba.
El hombre de nuestro cuento se percató de la lección que el hecho le presentaba, y se prometió, a si mismo, de aprovechar más efectivamente la oportunidad, cuando de nuevo, por los incesantes y eternos ciclos evolutivos de la vida, se le presentara.
Escudero, oído el anterior cuento, percibió de que esta es la manera como actúa Dios.
Todos dicen amar a Dios; le oran, le llaman, y le piden tantas y tan variadas cosas que si Dios, realmente accediera a complacerles, violando las inmutables leyes cósmicas, la vida de tales pedigüeños resultaría insoportable. La mayoría no sabe lo que quiere ni lo que pide. Ahora lo hace con una cosa, mañana con otra opuesta. Creen que Dios es un juguete con el que pueden jugar a su antojo. Y cuando por la apatía fruto de su indolencia las cosechas que obtienen en correspondencia con la siembra que han efectuado, les insatisface, culpan a Dios de lo que ellos solos son responsables.
Cuando Dios, por la ley cósmica atiende a sus ruegos genuinos, por la ley del amor, por la de justicia, por la de compensación, por la de afinidad, por la de igualdad, por la de la libertad, o libre albedrío, y por la ley de atracción y la de aislamiento cósmico, se le presenta con la faz de incontables seres, en circunstancias en que precisan ser ayudados, con cuyo servicio recibirán lo que habían pedido, como salario cósmico, airados les rechazan, sacándole el cuerpo a lo que de hecho y de derecho deberían asumir, sin darse cuenta de que están rechazando, al mismo tiempo, los tesoros que habían solicitado.
Es preciso amar a cada ser que se cruza en el camino, sin importar la faz de humildad que presenta. Mientras más humilde sea la persona que el propio auxilio solicita más atención es preciso prestar: detrás de ese ropaje se encuentra Dios quien siempre paga, por la ley cósmica, los servicios prestados a cada uno de los seres de los cuatros reinos naturales, en el universo entero, donde las moradas son tantas que requeriría mucho tiempo contarlas todas: las que ahora existen, y la que lo harán, en la eternidad, en una Creación en expansión constante.
Se hace necesario repetirlo: Es preciso amar a todo ser que se cruza en el camino, buscando el propio apoyo: Allí está Dios, el Creador Universal, ayudando a ese ser y al colocarlo en tu senda, es una oportunidad de servicio que Dios te brinda, y un honor al mismo tiempo. Todos  los recursos que tú aportarás son los que Dios, con tiempo, pondrá en tus manos, si aceptas cooperar, una parte de los cuales, quedará, en tu poder, en calidad de salario cósmico, que Él ya tiene pronto para ti, en cuanto culmines la tarea que te ha sido confiada. Recuerda que el salario cósmico trasciende todo pago monetario en incontables formas y como semillas, solamente Dios sabe cuantos frutos adicionales habrás de cosechar.
Si en cambio, airado le abandonas, como tantas veces has hecho, dejando de asumir el compromiso divino del servicio y de la solidaridad universal, por la cual, hoy es por él, mañana puede ser por ti, hay que cooperar para que ningún eslabón de la cadena universal se rompa. Con uno sólo que lo haga se pondría en peligro todo el género humano, ya que se rompería la UNIDAD CÓSMICA. Pero, eso es imposible, por cuanto si hay alguien que sabe como hacer su trabajo, ese es Dios. Él se ocupa por la ley cósmica, para que cada día, a tiempo, brille de nuevo el sol, en el firmamento.
Envuelta la nuez bajo la dura cáscara, es como Dios satisface el pedido que tú formulas. En las situaciones por resolver que la vida, día a día te presenta, se encuentran las oportunidades que precisas. No le rehúyas tu ayuda a Dios, que dando es como se recibe.
El bien que ahora haces, sin esperar recompensas, a cambio, es el único que, en verdad, poseerás.
Adelante.



No hay comentarios:

Publicar un comentario

Copyright Text