DE LAS
EXISTENCIAS
Autor:
Allan Kardec
Versión
castellana y comentarios exegéticos:
Giuseppe
Isgró
Capítulo IX
de: EL LIBRO DE LOS ESPÍRITUS
1. La
idea de la reencarnación, -dicen
algunos-, no es nueva; se remonta a Pitágoras”-. Y nosotros, quizá, hemos
dicho que la doctrina espirita sea invención moderna? El Espiritismo es una ley
de la naturaleza; por lo cual ha debido existir desde el origen de los tiempos,
y nosotros nos hemos propuestos de probar que se reencuentran las huellas en la
más remota antigüedad. Pitágoras, como todos saben, no es el autor del sistema
de la metempsicosis, por cuanto lo ha tomado de los filósofos hindúes y de los
egipcios, entre quienes existía desde tiempos inmemoriales.
Las ideas de
la transmigración de los Espíritus era, por lo tanto, una creencia popular,
admitida por los seres humanos más eminentes. Cómo y de quién la habían
recibido? Por revelación o por intuición? No se sabe; empero, sea como fuere la
cosa, una idea no atraviesa el tiempo y no es aceptada de la flor y nata de los
ingenios sin que tenga algún lado serio. La antigüedad de nuestra doctrina
sería, por lo tanto, más bien una prueba que una objeción. Pero, es también
notorio que entre la metempsicosis de los antiguos y la doctrina moderna de la
reencarnación existe una enorme diferencia, por cuanto los Espíritus rechazan
en el modo más absoluto la transmigración del Espíritu del ser humano en los
animales.
Los Espíritus,
por lo tanto, enseñando la pluralidad de las existencias corpóreas, renuevan
una doctrina que tuvo origen en las primeras edades del mundo, y se ha
conservado hasta nuestros días en el pensamiento íntimo de un sinnúmero de
personas; pero, la presentan bajo un aspecto más racional, conforme a las leyes
progresivas de la naturaleza, y en armonía con la sabiduría del Creador,
despojándola de todo aquello que le ha agregado la superstición. Es una circunstancia digna de notar, que
ellos, en estos tiempos, no la han enseñado solamente en este libro. Mucho
antes de que este libro fuese publicado, innumerables comunicaciones de la
misma naturaleza se habían obtenido en
diversos países, y se han, después, considerablemente, multiplicado. Aquí sería
el caso de examinar por qué no todos los Espíritus están de acuerdo sobre este
punto; pero, volveremos sobre el tema, seguidamente.
Consideremos
la cosa, por ahora, bajo otro aspecto, sin tener en cuenta las instrucciones de
los Espíritus. Pongámoslas aparte, por un momento, y supongamos que esta teoría
no es obra de ellos, más bien, que no se ha hablado jamás de Espíritus.
Pongámonos, por un instante, sobre un terreno virgen de cada preconcepto,
admitiendo en el mismo grado de probabilidad las dos hipótesis, es decir, la de
la pluralidad y la de la unidad de las existencias corpóreas, y veamos de cual
parte nos guiará la razón y nuestro propio interés.
Algunos
rechazan la idea de la reencarnación por el solo hecho de que no la encuentran
a su gusto, aseverando de tener ya demasiado con una sola existencia, y de no
querer recomenzar otra. Nosotros conocemos a algunos, quienes se desmoralizan
con solo pensar en la posibilidad de regresar a la tierra. A estos no tenemos
que preguntar sino una sola cosa, lo cual es: si piensan que Dios ha consultado
su gusto y manera de pensar para regular el universo. Del resto, no hay vía de
medio: la encarnación o existe o no existe. Ahora, si existe, tienen una bella
manera de protestar, empero, le convendría, más bien, que la asuman. Dios no le
pedirá, a ellos, permiso. Sería muy cómodo al carente de salud, si pudiese
decir: por hoy he tenido suficiente, mañana quiero estar bien. Empero, es
preciso que tenga paciencia hasta restablecerse totalmente. De igual manera, si
aquellos renuentes deben vivir de nuevo, regresarán a un nuevo ciclo
existencial y si reencarnan, no le servirá de nada obstinarse como niños que no
desean ir a la escuela, o al igual que los condenados, que evaden el lugar que
les está destinado: será necesario pasar por la experiencia que le corresponde.
Estas objeciones son muy pueriles para merecer un examen serio. Sin embargo,
para reconfortarlos, les diremos que la doctrina espirita sobre la encarnación
no es tan tremenda como creen, y que, si la hubiesen estudiado bien, no se
encontrarían desconcertados de esta manera, por cuanto sabrían que las
condiciones de la nueva existencia dependen de ellos mismos: esa será feliz o
lo contrario según lo que hayan hecho aquí con el fin de poder, ya en esta
vida, elevarse tan alto que no teman una recaída en fango.
Hay que
observar que suponemos de hablar a quien cree en un porvenir cualquiera
posterior a la desencarnación y no a quienes tienen por prospectiva la nada, o
quieren sumergir su Espíritu en un Todo universal sin individualidad, como las
gotas de la lluvia en el Océano, lo cual, poco más o menos, es lo mismo. Si, de
alguna manera, creéis en un porvenir sea cual fuere, no admitiréis,
ciertamente, que sea el mismo para todos; diversamente, en qué consistiría la
utilidad del bien? Por qué habría que imponerse sacrificios? Por qué no
satisfacer todas las pasiones y deseos, aunque fuese a costa de los demás, ya
que no habría nada que perder, ni ganar?
Si creéis que el porvenir de la dimensión espiritual será más o menos feliz, o
lo contrario, según las obras de vuestra vida, no podéis más que desear de
devenir verdaderamente felices, por cuanto se trata de la eternidad. Tendréis,
quizá, vosotros, la pretensión de ser las personas más perfectas que hayan
existido sobre la tierra, y de tener, de esta manera, sin duda, el derecho a la
suprema felicidad? Ciertamente, no; por lo cual admitís que existen seres que,
superándoos en meritos, tienen derecho a un puesto mejor, sin que por esto
vosotros forméis parte de los réprobos. Ahora bien, poneos por un instante con
el pensamiento en esta condición intermedia, que será, probablemente, la
vuestra, y suponed que alguien venga a deciros: Vosotros sufrís, no sois
felices cuanto podríais, mientras tenéis en frente seres que gozan de una
perfecta felicidad, queréis cambiar vuestra condición con la de ellos? Sin
duda, diríais vosotros: qué hay que hacer? Reparad el mal hecho, y buscar de
hacer mejor las cosas. Dudaríais vosotros de aceptar aunque fuese al precio de
muchas existencias de pruebas? Ciertamente no! Si una persona, quien, sin
encontrarse en una situación extrema, sufre, todavía, privaciones por sus
ganancias limitadas, alguien le dijese: Aquí hay una inmensa fortuna: os la
podéis apropiaros, pero a cambio de trabajar a fondo por un minuto! Aunque
fuese el ser menos trabajador de la tierra, no diría sin emoción: Trabajemos un
minuto, dos minutos, una hora, un día, si es necesario: qué significa un día de
trabajo si me pondrá en condiciones de vivir en medio a los bienes? Ahora
reflexionad: Qué representa la duración de una vida corpórea en comparación con
la eternidad? Menos de un minuto, menos de un segundo.
Otros
opositores de la reencarnación parten de un principio diferente, diciendo:
-“Dios, que es sumamente bueno, no puede imponer al ser humano de reiniciar una
secuela de miserias y de tribulaciones”. Encontraréis, vosotros, quizá, que sea
mayor bondad condenarle a un suplicio eterno por algunos momentos de error, en
vez de darle los medios de reparar sus fallos? Oíd: Dos industriales tenían
cada uno un trabajador, que podía aspirar, un día, ser su socio. Ocurrió, en
cierta oportunidad, que ambos disiparon su jornal, mereciendo un severo
castigo. Uno de los dos industriales despidió a su trabajador sin tener piedad
de sus lágrimas; y éste, sin encontrar trabajo, pereció en la miseria. El otro,
en cambio, dijo al trabajador negligente: Tú has perdido un día de trabajo, y
me debe una en compensación; has ejecutado mal tu cometido y me debe resarcir
por ello; yo te permito de hacerlo. Busca de trabajar con empeño y yo te dejaré
a mi lado y podrás, siempre, esperar el premio que te había prometido. Hay,
quizá, necesidad de preguntar quien de estos dos industriales fue más humano?
Y, queréis que Dios, no obstante su infinita clemencia, fuese más inexorable
que una persona?
El pensamiento
de que nuestra suerte sea decretada para toda la eternidad, después de pocos
años de pruebas, aún cuando no sea de peso, entre nosotros, alcanzar la
perfección sobre la tierra, deja de poner en el ánimo el consuelo y la
confianza. En cambio, la idea de reparar el mal hecho, o el bien descuidado,
nos infunde coraje y nos consuela, por cuanto nos deja la esperanza.
Por lo cual,
sin pronunciarnos en pro o en contra de la pluralidad de las existencias, no
tenemos dificultad para afirmar que, si fuese dado al ser humano de elegir,
nadie preferiría el juicio sin apelación. Un filósofo escribió, que, si Dios no
existiese habría que inventarlo por la felicidad del ser humano; se podría
decir lo mismo de la pluralidad de las existencias. Empero, repetimos: Dios no
pide nuestro permiso, y no consulta nuestras opiniones: el nudo consiste en
saber si la reencarnación es un sueño o una realidad. Consideremos, por lo
tanto, la cuestión, todavía desde otro punto de vista, siempre sin contar con
las enseñanzas de los Espíritus, y solamente como estudio filosófico.
Es evidente
que, si no hubiese la reencarnación tendríamos una única vida corpórea; ahora,
si la actual nuestra existencia corpórea es la única, el Espíritu de cada
persona es creado al momento de su nacimiento, a menos que no se admita la
preexistencia, en cuyo caso surge, espontáneamente, la pregunta, qué era el
Espíritu antes de la encarnación, y si aquel estado no constituya una
existencia bajo cualquier forma. No hay escapatoria: o el Espíritu existía, o
no existía antes del cuerpo. Si sí, en qué modo? Tenía o no la conciencia de sí
mismo? Si no, sería como si no hubiese existido; si poseía individualidad,
debía ser progresiva, o estacionaria: en ambos casos se tiene razón de preguntar:
a cuál grado había llegado cuando encarnó? Admitiendo, en cambio, de acuerdo a
la creencia vulgar, de que el Espíritu nazca contemporáneamente al cuerpo, o,
lo que es lo mismo, que antes de su encarnación tenga sólo facultades
negativas, nosotros preguntamos:
1)
Por qué el Espíritu muestra tendencias
tan diversas e independientes de las ideas adquiridas con la educación?
2)
De dónde proviene la aptitud
extraordinaria de ciertos niños por un determinado arte, o ciencia, mientras
que otros son incapaces, o quedan mediocres por toda la vida?
3)
De dónde toman algunos aquellas ideas
innatas que no existen en otros?
4)
De qué se derivan, en algún niño,
aquellos instintos prematuros de vicio o de virtud, y los sentimientos innatos
de dignidad o de bajeza, que contrastan con el ambiente en que nacieron?
5)
Por qué hay personas, las cuales,
independientemente de la educación, son más progresadas de las otras?
6)
Por qué hay personas salvajes e
incivilizadas? Si tomáis un niño Hotentote (Tribu de Sud Africa) y lo educáis en
nuestros más famosos liceos, haréis de él un Laplace o un Newton?
Cuál es la
filosofía que puede resolver estas cuestiones? Los Espíritus, al nacimiento de
los seres, en la dimensión física, o son iguales o son desiguales: si iguales,
por qué aquellas aptitudes tan desiguales? Hay quien asevera que esas
diferencias dependen del organismo; pero, una tal doctrina sería más monstruosa
e inmoral, por cuanto, entonces, el ser humano, reducido a simple maquina,
juguete de la materia, no debería responder más de sus propios actos, y podría
responsabilizar de todo a sus imperfecciones físicas. Si, en cambio, son
desiguales, y fue Dios en crearlos así,
entonces, a qué se debe aquella innata superioridad concedida a algunos? Podría
esta parcialidad ser conforme a su justicia y al amor igual, que rigen a todas
sus criaturas?
Admitiendo, en
cambio, una sucesión de existencias anteriores progresivas, todo se explica por
si solo. Los seres humanos, traen, naciendo, la intuición de lo que han
aprehendido, y son más o menos progresados según el número de las existencias
transcurridas, lo cual, refleja su mayor o menor lejanía con el origen; perfectamente
como en un conjunto de personas de cada edad, donde cada una tendrá un
desarrollo proporcionado al número de los años vividos, por cuanto, las
coexistencias sucesivas son para la vida del Espíritu lo que los años
representan para la vida del cuerpo. Agrupad a mil personas desde la edad de un
año hasta ochenta, y suponed que un velo grueso os esconda su pasado de manera
de creerle nacidas todas el mismo día. Naturalmente, no podréis dejar de
preguntaros por qué las unas sean grandes y las otras pequeñas, las unas viejas
y las otras jóvenes, las unas doctas y las otras ignorantes. Pero, si aquel
velo ocultador se rasgase, si vinieseis a conocimiento de que esas personas han
vivido en un diverso espacio de tiempo más o menos largo, todo os aparecería
límpidamente claro. Dios, en su justicia, no ha podido crear Espíritus más o
menos perfectos, y con la pluralidad de las existencias, dicha disparidad no
tiene nada más de contrario a su equidad. Quizás, este nuestro razonamiento se
apoya sobre un sistema, sobre una suposición arbitraria? No. Basando nuestras
consideraciones sobre un hecho inexpugnable, es decir, el de la desigualdad de
las aptitudes y el del desarrollo intelectual y moral, lo encontramos
inexplicable de acuerdo a las demás teorías, mientras que, al contrario,
simple, natural, lógico, evidente, según la nuestra. Deberíamos, por lo tanto,
preferir aquellas que no explican nada, a la que lo explica todo?
A la sexta
pregunta se responderá, sin duda, que el Hotentote, es de un grupo étnico inferior.
Entonces, preguntaremos: Pero, el Hotentote es un hombre, o no? Si lo es, por
qué Dios le ha privado, conjuntamente con sus coterráneos, de los privilegios
concedidos al grupo étnico caucásico? Si no lo es, por qué buscáis de
convertirlo en cristiano? La doctrina espirita es más lógica: para ella no
existen diversas especies de seres humanos, sino solamente seres humanos cuyo
Espíritu es más o menos en retardo evolutivo, empero, siempre capaz de
progresar. No es, por lo tanto, esta doctrina más conforme con la justicia de
Dios?
Hasta aquí
hemos visto el Espíritu en su pasado y en su presente; si le consideramos en su
porvenir, encontramos las mismas circunstancias.
1)
Si la sola existencia presente debe
decidir la propia suerte futura, cuál es en la dimensión espiritual la
condición del salvaje y la del ser incivilizado? Se encuentran ellos en el
mismo grado, o se diferencian en la suma de la eterna felicidad?
2)
El ser que pudo dedicar toda su vida
al propio mejoramiento se encuentra en el mismo grado de aquel que le quedó
rezagado en progreso, no por su culpa, sino porque no tuvo ni el tiempo, ni la
posibilidad de hacer lo mismo?
3)
El ser humano que hace el mal por
ignorancia del bien, puede obligársele a responder de cierto estado de cosas
que no dependen de él?
4)
Se trabaja para iluminar a los seres
humanos, para moralizarlos y civilizarlos; pero, en el ínterin, mientras se
logra educar a uno, millones desencarnan diariamente cada día, antes de que la
luz haya llegado hasta ellos. Cuál es, por lo tanto, la suerte de ellos? Son
tratados como réprobos? Y, en el caso contrario, qué han hecho para merecer de
encontrarse en el mismo grado de los demás?
5)
Cuál es la suerte de los niños que
desencarnan antes de haber podido hacer el bien o el mal? Si son los elegidos,
por qué este favor sin que hayan podido merecerlo? Por cuál motivo están
exentos de las tribulaciones de la vida?
Aquí tenemos
otras cuestiones insolubles según cualquier otra doctrina; mientras, si admitís
para el Espíritu más existencias consecutivas, todo se os explica de manera
conforme con la justicia de Dios. Por otra parte, lo que no se pudo hacer en
una existencia, se puede hacer en otra; así nadie escapa a la ley del progreso,
todos son recompensados en la medida del merito real, y nadie queda excluido de la felicidad suprema, a la cual
puede llegar, por muy grande que sean los obstáculos que encuentre en su
camino.
Tales
cuestiones podrían multiplicarse hasta el infinito desde el momento en que los
problemas psicológicos y morales, que no encuentran solución sino en la
pluralidad de existencias, son innumerables. Nosotros nos hemos limitados a los
más generales.
Sea como
fuere, se objetará que la doctrina de la reencarnación no es admitida por
cuanto significaría un desmoronamiento de las religiones. A este fin, por
cuanto no es nuestra intención tratar, ahora, este argumento, nos es suficiente
haber demostrado que la reencarnación es perfectamente lógica y moral: ahora,
lo que es moral y lógico, no puede ser contrario a una espiritualidad que
proclama a Dios como la bondad y la razón por excelencia. Qué habría ocurrido
de la espiritualidad, si de acuerdo con la verdad universal y a los dictámenes
de la ciencia no se hubiese adaptado a las nuevas percepciones de la realidad?
Por otra
parte, el principio de la reencarnación se refleja en varios pasajes de las
Escrituras y en el Nuevo Testamento, el cual es profesado de la manera más
explícita:
-“Al momento de descender de la
montaña, (después de la transfiguración), Jesús hizo esta advertencia y les
dijo: No hablad a nadie de lo que habéis visto, hasta que el hijo del Hombre
haya renacido”. Entonces sus discípulos
le preguntaron: Pues, por qué dicen los escribas que Elías debía venir primero?
Y él le respondió: Elías, en verdad, ha de venir y restablecerá todas las
cosas. Pero os digo que ya vino Elías y no le conocieron, antes hicieron con él cuanto quisieron. Así ellos harán
padecer al hijo del hombre. Entonces entendieron los discípulos que de Juan El
Bautista les había hablado”. (Mateo, cap. XVII, V. 10 a 13; Marcos, cap. IX, V.
10,11,y 12).
Por cuanto
Juan El Bautista era Elías, el Espíritu de Elías debía haberse reencarnado en
el cuerpo de Juan El Bautista.
De cualquier
manera, del resto, el concepto que uno se forma de la reencarnación, la admita
o no, si en verdad existe, le convendrá asimilarla y asumirla. Nosotros, nos conformamos en insistir sobre
el punto esencial, es decir, que la enseñanza de los Espíritus es de manera
sublime real, por cuanto se apoya sobre la inmortalidad del Espíritu, las penas
y las recompensas futuras, la justicia de Dios, el libre albedrío del ser
humano y la moral enseñada por Jesús. Sería un error considerarle en desacuerdo
con la verdad universal.
Hemos
razonado, tal como nos lo habíamos propuesto, al margen de la enseñanza
espirita. Si nosotros y tantos otros hemos adoptado la doctrina de la
pluralidad de existencias, no es porque ella es enseñada por los Espíritus,
sino porque nos ha parecido la más lógica, por cuanto, sólo ella resuelve
tantas cuestiones insolubles hasta ahora. Aunque nos la hubiese enseñado un
simple hombre como nosotros, la habríamos aceptado igualmente, sin dudar un
instante en renegar nuestras ideas personales. Donde un error es demostrado, el
amor propio tiene más de perder que de ganar obstinándose en ello. De igual
manera, posteriormente, la habríamos rechazado, aunque hubiese sido enseñada
por los Espíritus, si nos hubiese parecido contraria a la razón, por cuanto
sabemos, por experiencia, que no se debe aceptar pasivamente todo lo que nos es
enseñado por ellos, al igual que los que nos es enseñado por los seres humanos.
De acuerdo con nuestra visión, la teoría de la reencarnación tiene títulos de
gran relieve: primeramente, el de ser estrictamente lógica, y después, la de
ser confirmada por los hechos, positivos e incontrastables, que un estudio
atento y razonado puede aportar a quienquiera se dedique a observar con
paciencia, y frente a los cuales no es posible más la duda. Dado que estos
hechos serán divulgados como los de la formación del movimiento de la tierra,
es preciso atenerse a la evidencia y os opositores deberán retractarse de sus
negaciones, oportunamente.
Concluimos,
por lo tanto, repitiendo que la doctrina de la pluralidad de las existencias
explica lo que sin ella es inexplicable; que nos aporta inefables
consolaciones; que responde a la justicia más rigurosa; y que es para el ser
humano el ancla de seguridad que Dios les ha otorgado en su misericordia.
Las palabras
mismas de Jesús lo afirman decisivamente. Es aquí lo que se lee en el evangelio
según Juan en el Cap. III:
3) –“Jesús,
respondiendo a Nicodemus, le dijo: En verdad, en verdad te digo, que, si el ser
humano no renace, no puede ver el reino de Dios”-.
4)
–“Nicodemus, le dijo: Cómo el ser humano puede nacer cuando es viejo? Puede él
reentrar en el seno de su madre, y nacer una segunda vez?”
5) –“Jesús
contestó: En verdad te digo que si el ser humano no nace de agua y de espíritu,
no puede entrar en el reino de Dios. Lo que nacido de la carne, carne es; y lo
que es nacido del espíritu, es espíritu. No te maravilles de lo que te he
dicho; es preciso que nazcáis de nuevo”-. (Ver Nº 1.010).
COMENTARIO EXEGÉTICO GIC: Denota, sin duda alguna,
profunda percepción de la realidad sobre la reencarnación y sus leyes
vinculantes, este ensayo de Allan
Kardec. Quienes, ahora, lo leemos, vemos con naturalidad los distintos aspectos
comentados por el maestro y forman parte de nuestro bagaje de conocimientos
normales, ya que constituyen conceptos básicos y esenciales en el ámbito de la Doctrina Universal ,
hoy en día.
Es cierto, hoy en día. Pero, que ocurría en el tiempo
en que se publicó El libro de los Espíritus, en 1857?
En esa época, Allan Kardec, con su magna obra, volvía
a colocar en el tapete el tema de la Reencarnación y la Ley de compensación, entre otros principios,
después de que, durante 1.600 años, ese movimiento nacido en el primer Concilio
de Nicea, en la ciudad de Isnik, Turquía, en el año 325 de nuestra era,
comenzara un proceso sistemático, a sangre y fuego, de tergiversación
histórico-espiritual que culminó en el olvido, virtualmente total, del tema de
la reencarnación, en la memoria colectiva del mundo occidental.
Es cierto que hubo pensadores que se ocuparon del tema
de la reencarnación, como fue el caso de Marsilio Ficino, en el siglo XV,
durante el Renacimiento, quien les
explica a sus discípulos que, al leer un ensayo de Plotino, tengan presente de
que se trata del mismo Espíritu de Platón, lo que indica que conocía la
temática con precisión. Además, Ficino percibía que el mismo era una
reencarnación del ilustre filósofo ateniense. La elevación de su obra, entre la
que se cuenta su Teología Platónica, denota un nivel equivalente entre Platón,
Plotino y Marsilio Ficino. Es decir, un hilo conductor se manifiesta en el
pensamiento de los tres.
En el siglo XIX, el tema de la Reencarnación se
reactiva con Allan Kardec, con la publicación de El Libro de los Espíritus,
marcando una nueva era a partir de entonces: La del Espíritu.
También retoma la temática palingenésica Madame Blavasky, en 1875, con la fundación de
la Sociedad
Teosófica , y el excelente grupo de ocultistas franceses.
Hacia finales del siglo XIX, el Dr. Gerard Encausse, -Papus-, publica un excelente
libro sobre Reencarnación, y el tema ya pasa a ser materia de estudio en el
ámbito occidental.
En Oriente, siempre se mantuvo la continuidad en el
estudio de la
Reencarnación , desde la más remota antigüedad. Las Leyes de
Manú, del siglo XXXVIII antes de nuestra era, hablan de Reencarnación y de la
ley del karma; el Bagavad Gita, es una joya del pensamiento universal que
aporta un conocimiento avanzado sobre ambas doctrinas y otros que les son
inherentes. El hinduismo, el budismo, y otras corrientes de pensamientos, al
igual que los más importantes pensadores de todos los tiempos, sustentan ideas
claras y precisas al respecto.
Tomando en cuenta que Kardec se inicia en la
investigación espirita en 1854, y que la publicación de El libro de los Espíritus
se lleva a cabo el 18 de abril de 1857, es decir, tres años después, la labor
que llevó a cabo este insigne humanista fue gigantesca, de por sí. Solamente la
concepción de las preguntas que formuló a los Espíritus, el ordenamiento de las
respuestas, las repreguntas, y los comentarios que en toda la obra va
colocando, en donde su propia percepción tiene algo importante que aportar,
demuestran un intenso trabajo y una preparación previa importante. Sin duda, el
elevado nivel formativo en la cultura clásica y en las doctrinas orientalistas,
le aportaban una visión trascendental que contribuyó a la universalidad de su
pensamiento.
Este capítulo, que constituye un comentario de Allan
Kardec, al anterior de El Libro de los Espíritus, sobre la Pluralidad de Existencias,
indica que, en solo tres años de estudio, había desarrollado su pensamiento
sobre la Reencarnación
y todas las leyes que les son vinculantes, además de de una visión integral de
la doctrina espirita. Su excelencia permite que, aún después de tanto tiempo,
conserven plena vigencia.
Repetimos, hoy nos parecen ideas normales, pero, en su
época, Kardec fue un pionero, y el primero que, en el siglo XIX retoma el hilo
de continuidad, en la materia, en el mundo occidental, dando acceso al sol del
porvenir, del progreso y de la sabiduría espiritual en un grado como nunca
antes lo hubo, y pese al férreo esfuerzo de la tergiversación histórico
espiritual nacida en Nicea.
Empieza la nueva era de luz ya imparable, a partir de
entonces, y hoy, con las investigaciones científicas realizadas por las más
importantes universidades del mundo, alcanzan, ya, a más de cinco mil los casos
de reencarnación científicamente comprobados. Entre los eminentes exponentes
descuellan las figuras de los Dres. Ian Stevenson y Hamendranath Banarjé.
Empero, se cuentan por millares los estudiosos de la Reencarnación y de
las leyes que les son inherentes, que están transformando la conciencia de la
humanidad a nivel global. Muchas instituciones vinculadas con la espiritualidad
deberán, en corto tiempo, reformular sus doctrinas, so pena de desaparecer del
escenario, por cuanto han dejado, ya, de representar la verdad universal.
La verdad universal se impone siempre; la luz evacua
la oscuridad. El bien prevalece sobre el mal. El conocimiento emancipará al ser
humano. Los temas vinculados con la
Doctrina de la Reencarnación y la ley del karma, y otros
principios inherentes, contribuirán a forjar esa humanidad con la conciencia
elevada creadora de la nueva edad de oro en el planeta Tierra.
Hoy en día más del 80% de la humanidad cree en la
supervivencia del Espíritu y en la
Reencarnación. El resto, es cuestión de
tiempo. De nada sirve cerrar los ojos frente a la realidad y tratar de opacar
la luz del sol con un dedo.
Concluimos, dejando constancia de que, una de las
obras más portentosas sobre el tema de la Reencarnación y sus
valores intrínsicos, es la de la andaluza Amalia Domingo Soler, que lo estudia
en las más amplias vertientes y variantes. Sus obras: Hechos que prueban…, Te
perdono, y su extensa bibliografía, ofrecen al estudioso la más completa
enciclopedia sobre la Reencarnación. En
cada ensayo se plasma el genio inigualable de esta insigne y relevante
exponente de la Doctrina Universal.